Cuando hablamos de violencia
en las aulas solemos referirnos a agresiones físicas o verbales, que pueden ir
dirigidas contra el mobiliario del centro, contra los profesores o contra los
propios compañeros. En ocasiones, interviene un único compañero que te tiene
enfilado y hace lo que sea por hacerte la vida imposible. En otras muchas,
aparecen pandillas más o menos organizadas, que marcan su terreno en el recreo,
en los pasillos, en los baños y en los alrededores del centro.
Son actualmente muy comunes
las películas, sobre todo las norteamericanas, de
alumnos navajeros, delincuentes que se encuentran en el instituto como en una
cárcel. Siempre acaban convirtiéndose en mansos corderitos, ya sea por medios
bondadosos y angelicales o por otros más eficaces y expeditivos, de profesores
expertos en karate y didácticas más ligadas a la violencia que a la
solidaridad.
La violencia es real, se da entre los alumnos,
que reproducen en muchas ocasiones la que viven en el ambiente familiar, se da
hacia los profesores, tanto por parte de los alumnos como de sus padres, se da
entre los profesores entre sí, la menos veces física, pero no por ello es menos
importante, se da, en fin, de los profesores hacia los alumnos.
La televisión, el cine, y
el cómic, promueven y potencian en mayor medida las vías competitivas en las
relaciones profesor-alumno; los alumnos entre sí también suelen estar
enfrentados, los profesores entre sí suelen estar divididos. Profesores y
alumnos son enemigos irreconciliables. En caso contrario, no hay argumento para
un guión. En la escuela se reproducen los mecanismos de un cuartel. Alguien
tiene que salir ganando, porque el que manda, manda. Lo más normal es que sea el
profesor. Casi siempre. En ocasiones, el grupo de alumnos promueve un cambio
forzoso, en el que el profesor pierde. Podemos recordar el anuncio de la
televisión en el que un profesor encuentra un preservativo en el gimnasio; todos
los alumnos, uno a uno van levantándose para culparse